Cuenta una vieja historia que en un pueblo tranquilo, vivía
un hombre solitario en su casa y tenía un perro guardián; fiel amigo que
cuidaba mucho de él y su casa; vivían juntos como una familia y eran felices
pues el amo alimentaba al perro y el perro amaba y cuidaba de su amo.
Cierta noche sucedió que debido a un presentimiento, el
guardián ladraba y ladraba tanto que el dueño de casa se levantó en la noche y
al ver que no había nada sino sólo su perro inquieto, lo que le reprendió y
volvió a dormir; al pasar dos horas continuó ladrando el perro y levantándose
el amo le dio repetidas veces con un palo hasta dejarlo casi inconsciente y
volver a dormir. Pero de madrugada aquel perro parecía poseído y alborotado
nuevamente estaba ladrando de manera que el dueño de casa, muy enojado se
levantó, cargó su escopeta y salió para matar al perro, yéndose luego a dormir.
Al final pudo entonces salir de su escondite el ladrón que
asechaba, pasó sobre el cadáver del guardián ensangrentado y al entrar, mató al
dueño de la casa que yacía dormido al interior; pudiendo así robar todo lo que
había de valor en la casa.
*****
De esta pequeña anécdota podemos observar que el dueño de
casa somos nosotros; el perro guardián es nuestra consciencia que alerta nos
avisa del peligro y el ladrón es el pecado que asecha el momento oportuno para
matarnos.
Cuando nosotros adormecemos o matamos a nuestra conciencia
para dar rienda a nuestros deseos o concupiscencia; es cuando este pecado que
aunque parece ser tentador, dulce y agradable a los sentidos, se vuelve como un
ladrón y destructor que entra y acaba con todo lo que de valor halla en
nosotros.
La próxima vez que escuches la vos de tu conciencia decirte
que tengas cuidado y precaución en la vida, no rehúyas de ella y escúchala,
porque es allí donde te habla Dios. Es en el corazón donde el Señor habla para
guiarte por la vida y la verdad.
Confía en tu conciencia, que es un fiel y esmerado guardián;
te mostrará anticipadamente los peligros que te asechan
para que no caigas en
la desgracia.
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