Alimento para el alma

martes, 30 de agosto de 2011

LA INTERCESIÓN Y LA MEDIACIÓN


Son muchas las confusiones que a raiz de estos dos conceptos se vierten de manera cotidiana, en muchas ocasiones por personas que con intéres de atacar a la Iglesia toman ciertos versículos de la biblia fuera de contexto y señalan como erroneas las devociones, tradiciones o dogmas propios de la fe. Por esto dejo este pequeño artículo para comprender mejor los témrinos, conceptos, sus alcances y aplicaciones.

El  primer significado de 'Mediador', tal y como lo define el diccionario, es: 'Uno que se ocupa en resolver o  reconciliar las diferencias, al trabajar con todas las partes en  conflicto'.
Las 'partes en conflicto' en este caso, son por supuesto, DIOS y la humanidad. Jesucristo de hecho actuó como mediador  al sufrir y morir  por nosotros. Para entender sin manipulaciones esta función del Señor Jesús tenemos que leer el Capitulo 9 de Hebreos donde nos dice que Jesús es nuestro Sumo Sacerdote en la Nueva Alianza, la función del Sumo Sacerdote en Israel era MEDIAR por el pecado de los Israelitas ante Dios, Jesús  esta ahora MEDIANDO entre los pecados nuestros y el Padre, es por eso que El es el ÚNICO MEDIADOR ya que es el único que puede entrar a la presencia del Padre con la Sangre de Su Sacrificio Expiatorio

El primer significado de ‘Intercesor', tal y como lo define el  diccionario, es: 'Uno que  intercede en  favor de otro, especialmente uno que ora o pide a DIOS por otro'. Esto lo somos todos los que oramos por las necesidades de los demás. TODOS podemos y debemos ser intercesores

Como puedes ver, un 'Mediador' es el sujeto de la acción, mientras que un  'Intercesor' es uno que pide por una acción. Estos términos  tienen en verdad un significado  muy diferente.

Toda esta confusión viene de los Protestantes que  dicen que el ÚNICO intercesor  es Jesús y lo hacen solo para denostar a los Católicos, hay una organización PROTESTANTE en Puerto Rico llamada "4000 intercesores para Puerto Rico" en qué quedamos, así que solo hay uno y ahora se aparecen con 4000!!! y si vas sus páginas lo verá llenos de grupos, de técnicas y de seminarios de intercesión. En qué quedamos? Por lo menos se debe ser consecuente con lo que se dice

El Nuevo Testamento se escribió en griego. Hablemos de la palabra griega que se traduce como "UN" en I Tim 2,5 el original griego es "HEIS" que significa "uno" pero en sentido no excluyente. San Pablo pudiese haber escogido una palabra Griega que es definitiva, esta palabra es "MONOS" que si es excluyente. De manera que el texto citado por los Protestantes como excluyente de toda otra intercesión por sí solo no niega ni afirma la posibilidad de que otros cooperen con Cristo en Su mediación. Debemos entonces recurrir al resto de la Biblia para estar seguros de la doctrina. Comencemos con los cuatro versículos que le preceden: (1Tim 2, 1-4):

" 1 Ante todo RECOMIENDO QUE SE HAGAN PLEGARIAS, ORACIONES, SUPLICAS Y ACCIONES DE GRACIAS POR TODOS LOS HOMBRES;
2 por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad.
3 ESTO ES BUENO Y AGRADABLE A DIOS, nuestro Salvador,
4 que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad.
5 Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también,
6 que se entregó a sí mismo como rescate por todos. Este es el testimonio dado en el tiempo oportuno,
7 y de este testimonio - digo la verdad, no miento - yo he sido constituido heraldo y apóstol, maestro de los gentiles en la fe y en la verdad.
8 Quiero, pues, QUE LOS HOMBRES en todo lugar elevando hacia el cielo unas manos piadosas, sin ira ni discusiones."

Así Pues San Pablo pide que: TODOS OREMOS UNOS POR OTROS Y ESO ES INTERCESIÓN, porque hay un SOLO MEDIADOR QUE SE ENTREGO A SI MISMO POR RESCATE DE  MUCHOS"

Tenemos entonces lo siguiente:

1) TODOS TENEMOS QUE SER INTERCESORES
2) JESUS CRISTO ES EL ÚNICO MEDIADOR

Ejemplos de Intercesiones en la Biblia:

- Gen 18,23-33, Abraham pide a DIOS por la vida de la gente de Sodoma.

- Ex 32,11 y Sal 106,3, Moisés pide a DIOS por motivo del becerro de oro.

- Rom 15,30, San Pablo pide que oren por él.

- Col 1,9, San Pablo dice, 'tampoco nosotros hemos cesado de rezar por ustedes   desde el día en que recibimos esas noticias, y pedimos a DIOS  que alcancen el pleno conocimiento de Su voluntad  mediante dones de sabiduría y entendimiento espiritual.
- 2Tes 1,11, San Pablo reiteraba 'nosotros rezamos siempre por ustedes’.
- Santiago 5,16, San Santiago pide, 'oren los unos por los otros'.

El que la palabra “medicación” se use en relación a Cristo no  excluye que se aplique a los bautizados en el, ejemplos:

Jesucristo es el único juez supremo,
pero los cristianos serán jueces en el cielo. (Mat. 19,28; Lucas 22,30; 1 Cor. 6,2-3

 
Jesús es el único Pastor (Juan 10,16),
pero El establece pastores (Juan 21,15-17; Ef. 4,11)

 
Jesús es el único Rey,
pero nosotros Reinaremos con EL: (Apocalipsis 4,4, 10)

 
Jesús es el único Mediador,
pero en El los santos son mediadores (Cf. St 5, 16; Ap. 5,8; 6,9; 8,3-4; 18,18-20)


Cristo jamás dijo que le pidiéramos a el las cosas para el ir al Padre, eso haría de Jesús Resucitado el "muchacho mensajero", Jesús por el contrario dijo 'TODO LO QUE PIDAN AL PADRE EN MI NOMBRE SE LES CONCEDERÁ (Juan 16:23) así que los Santos y la Virgen VAN EN EL NOMBRE DE JESÚS AL PADRE Y UNEN SUS ORACIONES A  LAS NUESTRAS, tal como tú y yo hacemos..Porque tú y yo sí podemos interceder, y los Santos no??? y no me vengas con "respuesta congelada" de que están muertos…
pues Jesús es muy claro en  San Lucas 20,38
"Dios NO es Dios de muertos pues para EL TODOS viven"


La Mediación de Jesús es SACERDOTAL, TAL COMO LA DICE SAN PABLO EN HEBREOS 9 por eso El es el único, pues es Sacerdote, victima y altar de una Nueva Alianza pero la Intercesión es de todos los bautizados.
Querido hermano aprende el Evangelio completo para que seas un hombre espiritual y puedas dar testimonio de tu fe.

Agradece siempre a Dios por su amor y misericordia, a nuestra madre Santa María, a los Ángeles y los Santos por su intercesión y a Jesús por su mediación.
 Si este artículo es de bendición para tí, compártelo.
¡¡Shalom!!

SAN AGUSTÍN DE HIPONA


Hablaremos hoy del padre más grande de la Iglesia latina, san Agustín: hombre de pasión y de fe, de elevadísima inteligencia y de incansable entrega pastoral. Este gran santo y doctor de la Iglesia es conocido, al menos de nombre, incluso por quien ignora el cristianismo o no tiene familiaridad con él, por haber dejado una huella profundísima en la vida cultural de Occidente y de todo el mundo.

Por su singular relevancia, san Agustín tuvo una influencia enorme y podría afirmarse, por una parte, que todos los caminos de la literatura cristiana latina llevan a Hipona (hoy Anaba, en la costa de Argelia), localidad en la que era obispo y, por otra, que de esta ciudad del África romana, en la que Agustín fue obispo desde el año 395 hasta 430, parten muchas otras sendas del cristianismo sucesivo y de la misma cultura occidental.

Pocas veces una civilización ha encontrado un espíritu tan grande, capaz de acoger los valores y de exaltar su intrínseca riqueza, inventando ideas y formas de las que se alimentarían las generaciones posteriores, tal y como subrayó también Pablo VI: «Se puede decir que todo el pensamiento de la antigüedad confluye en su obra y de esa se derivan corrientes de pensamiento que penetran toda la tradición doctrinal de los siglos sucesivos» (AAS, 62, 1970, p. 426).
Agustín es, además, el padre de la Iglesia que ha dejado el mayor número de obras. Su biógrafo, Posidio, dice: parecía imposible que un hombre pudiera escribir tanto en vida. En un próximo encuentro hablaremos de estas obras. Hoy nuestra atención se concentrará en su vida, que puede reconstruirse con sus escritos, y en particular con las «Confesiones», su extraordinaria biografía espiritual escrita para alabanza de Dios, su obra más famosa.
Las «Confesiones» constituyen precisamente por su atención a la interioridad y a la psicología un modelo único en la literatura occidental, y no sólo occidental, incluida la no religiosa, hasta la modernidad.

Esta atención por la vida espiritual, por el misterio del yo, por el misterio de Dios que se esconde en el yo, es algo extraordinario, sin precedentes, y permanece para siempre como una «cumbre» espiritual.
Pero, volvamos a su vida. Agustín nació en Tagaste, en la provincia de Numidia, en el África romana, el 13 de noviembre de 354, hijo de Patricio, un pagano que después llegó a ser catecúmeno, y de Mónica, fervorosa cristiana.
Esta mujer apasionada, venerada como santa, ejerció en su hijo una enorme influencia y le educó en la fe cristiana. Agustín había recibido también la sal, como signo de la acogida en el catecumenado. Y siempre quedó fascinado por la figura de Jesucristo; es más, dice que siempre amó a Jesús, pero que se alejó cada vez más de la fe eclesial, de la práctica eclesial, como les sucede también hoy a muchos jóvenes.

Agustín tenía también un hermano, Navigio, y una hermana, de la que desconocemos el nombre y que, tras quedar viuda, se convirtió en superiora de un monasterio femenino.
El muchacho, de agudísima inteligencia, recibió una buena educación, aunque no siempre fue estudiante ejemplar. De todos modos, aprendió bien la gramática, primero en su ciudad natal, y después en Madaura y, a partir del año 370, retórica, en Cartago, capital del África romana: llegó a dominar perfectamente el latín, pero no alcanzó el mismo nivel en griego, ni aprendió el púnico, lengua que hablaban sus paisanos.

En Cartago, Agustín leyó por primera vez el «Hortensius», obra de Cicerón que después se perdería y que se enmarca en el inicio de su camino hacia la conversión. El texto ciceroniano despertó en él el amor por la sabiduría, como escribirá siendo ya obispo en las «Confesiones»: «Aquel libro cambió mis sentimientos» hasta el punto de que «de repente todas mis vanas esperanzas se envilecieron ante mis ojos y empecé a encenderme en un increíble ardor del corazón por una sabiduría inmortal» (III, 4, 7).

Pero, dado que estaba convencido de que sin Jesús no puede decirse que se ha encontrado efectivamente la verdad, y dado que en ese libro apasionante faltaba ese nombre, nada más leerlo comenzó a leer la Escritura, la Biblia. Quedó decepcionado. No sólo porque el estilo de la traducción al latín de la Sagrada Escritura era deficiente, sino también porque el mismo contenido no le pareció satisfactorio.
En las narraciones de la Escritura sobe guerras y otras vicisitudes humanas no encontraba la altura de la filosofía, el esplendor de la búsqueda de la verdad que le es propio. Sin embargo, no quería vivir sin Dios y buscaba una religión que respondiera a su deseo de verdad y también a su deseo de acercarse a Jesús.
De esta manera, cayó en la red de los maniqueos, que se presentaban como cristianos y prometían una religión totalmente racional. Afirmaban que el mundo está dividido en dos principios: el bien y el mal. Y así se explicaría toda la complejidad de la historia humana. La moral dualista también le atraía a san Agustín, pues comportaba una moral muy elevada para los elegidos: y para quien, como él, adhería a la misma era posible una vida mucho más adecuada a la situación de la época, especialmente si era joven.
Se hizo, por tanto, maniqueo, convencido en ese momento de que había encontrado la síntesis entre racionalidad, búsqueda de la verdad y amor a Jesucristo. Y sacó una ventaja concreta para su vida: la adhesión a los maniqueos abría fáciles perspectivas de carrera. Adherir a esa religión, que contaba con muchas personalidades influyentes, le permitía seguir su relación con una mujer y continuar con su carrera.

De esta mujer tuvo un hijo, Adeodato, al que quería mucho, sumamente inteligente, que después estaría presente en su preparación al bautismo en el lago de Como, participando en esos «Diálogos» que san Agustín nos ha dejado. Por desgracia, el muchacho falleció prematuramente.
Siendo profesor de gramática en torno a los veinte años, en su ciudad natal, pronto regresó a Cartago, donde se convirtió en un brillante y famoso maestro de retórica. Con el pasar del tiempo, sin embargo, Agustín comenzó a alejarse de la fe de los maniqueos, que le decepcionaron precisamente desde el punto de vista intelectual, pues eran incapaces de resolver sus dudas, y se transfirió a Roma, y después a Milán, donde residía en la corte imperial y donde había obtenido un puesto de prestigio, por recomendación del prefecto de Roma, el pagano Simaco, que era hostil al obispo de Milán, san Ambrosio.
En Milán, Agustín se acostumbró a escuchar, en un primer momento con el objetivo de enriquecer su bagaje retórico, las bellísimas predicaciones del obispo Ambrosio, que había sido representante del emperador para Italia del norte. El retórico africano quedó fascinado por la palabra del gran prelado milanés; no sólo por su retórica. El contenido fue tocando cada vez más su corazón.

El gran problema del Antiguo Testamento, la falta de belleza retórica, de nivel filosófico, se resolvió con las predicaciones de san Ambrosio, gracias a la interpretación tipológica del Antiguo Testamento: Agustín comprendió que todo el Antiguo Testamento es un camino hacia Jesucristo. De este modo, encontró la clave para comprender la belleza, la profundidad incluso filosófica del Antiguo Testamento y comprendió toda la unidad del misterio de Cristo en la historia, así como la síntesis entre filosofía, racionalidad y fe en el Logos, en Cristo, Verbo eterno, que se hizo carne.
Pronto, Agustín se dio cuenta de que la literatura alegórica de la Escritura y la filosofía neoplatónica del obispo de Milán le permitían resolver las dificultades intelectuales que, cuando era más joven, en su primer contacto con los textos bíblicos, le habían parecido insuperables.

Agustín continuó la lectura de los escritos de los filósofos con la de la Escritura, y sobre todo de las cartas de san Pablo. La conversión al cristianismo, el 15 de agosto de 386, se enmarcó por tanto al final de un largo y agitado camino interior, del que seguiremos hablando en otra catequesis. El africano se mudó al campo, al norte de Milán, al lago de Como, con su madre, Mónica, el hijo Adeodato, y un pequeño grupo de amigos, para prepararse al bautismo. De este modo, a los 32 años, Agustín fue bautizado por Ambrosio el 24 de abril de 387, durante la vigilia pascual en la catedral de Milán.


Tras el bautismo, Agustín decidió regresar a África con sus amigos, con la idea de llevar vida en común, de carácter monástico, al servicio de Dios. Pero en Ostia, mientras esperaba para embarcarse, su madre se enfermó improvisamente y poco después murió, destrozando el corazón del hijo.

Tras regresar finalmente a su patria, el convertido se estableció en Hipona para fundar un monasterio. En esa ciudad de la costa africana, a pesar de resistirse a la idea, fue ordenado presbítero en el año 391 y comenzó con algunos compañeros la vida monástica en la que estaba pensado desde hace algún tiempo, repartiendo su tiempo entre la oración, el estudio y la predicación.
Quería estar sólo al servicio de la verdad, no se sentía llamado a la vida pastoral, pero después comprendió que la llamada de Dios significaba ser pastor entre los demás y así ofrecer el don de la verdad a los demás. En Hipona, cuatro años después, en el año 395, fue consagrado obispo.
Continuando con la profundización en el estudio de las Escrituras y de los textos de la tradición cristiana, Agustín se convirtió en un obispo ejemplar con un incansable compromiso pastoral: predicaba varias veces a la semana a sus fieles, ayudaba a los pobres y a los huérfanos, atendía a la formación del clero y a la organización de los monasterios femeninos y masculinos.
En poco tiempo, el antiguo profesor de retórica se convirtió en uno de los exponentes más importantes del cristianismo de esa época: sumamente activo en el gobierno de su diócesis, con notables implicaciones también civiles, en sus más de 35 años de episcopado, el obispo de Hipona ejerció una amplia influencia en la guía de la Iglesia católica del África romana y más en general en el cristianismo de su época, afrontando tendencias religiosas y herejías tenaces y disgregadoras, como el maniqueísmo, el donatismo, y el pelagianismo, que ponían en peligro la fe cristiana en el único Dios y rico en misericordia.
Y Agustín se encomendó a Dios cada día, hasta el final de su vida: contrajo la fiebre, mientras la ciudad de Hipona se encontraba asediada desde hacía casi tres meses por vándalos invasores. El obispo, cuenta su amigo Posidio en la «Vita Augustini» pidió que le transcribieran con letra grande los salmos penitenciales «y pidió que colgaran las hojas contra la pared, de manera que desde la cama en su enfermedad los podía ver y leer, y lloraba sin interrupción lágrimas calientes» (31, 2). Así pasaron los últimos días de la vida de Agustín, quien falleció el 28 de agosto del año 430, sin haber cumplido los 76 años. Dedicaremos los próximos encuentros a sus obras, a su mensaje y a su experiencia interior.
Dios siempre nos bendice y nos da testimonio de su amor con ejemplos como el de San Agustín, independientemente de nuestro credo o diferencias de pensamiento la vida y muerte
de San Agustín es un modelo de busqueda y encuentro con Dios.
catholic.net

sábado, 27 de agosto de 2011

Reflexion; SAN AGUSTÍN

Eso fue la ciudad de Hipona en el norte de África, mientras S. Agustín fue su obispo. Allí escribió cartas, sermones, comentarios de la Escritura, tratados filosófico-teológicos. Uno de los párrafos más célebres y difundidos de su obra es este:

Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti. No lo digo dudando, sino con toda seguridad: yo amo al Señor. Hirió mi corazón con su palabra y le amé. También el cielo y la tierra y todo lo que en ellos hay me dicen que le ame, y continuamente lo repiten a todos, para que nadie pueda excusarse. ¡Tarde te amé, Belleza, tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí. y yo había salido fuera de mí, y te buscaba por fuera. Como una bestia me lanzaba sobre las cosas bellas que Tú creaste. Estabas conmigo, pero yo no estaba Contigo. Me tenían atados, lejos de Ti, esas cosas que, si no estuviesen sostenidas por Ti, dejarían de existir. Y entonces me llamaste, me gritaste y rompiste mi sordera. Brillaste y resplandeciste ante mí, y echaste de mis ojos la ceguera. Exhalaste tu Espíritu, aspiré su perfume y te deseé. Te gusté. te comí y te bebí. Me tocaste y me abrasé en tu paz.
En nuestra modernidad, casi todos los que han razonado su ateísmo han visto la fe como una ilusión, un sueño nacido de la negativa a mirar cara a cara la soledad del hombre en un mundo sin sentido. Si se admite esa hipótesis, los creyentes son cobardes y farsantes como niños que necesitan la protección del regazo materno, o como el anciano que teme la muerte y suelta las riendas de la razón para acurrucarse en el sentimentalismo. Sin embargo, los grandes conversos que han dado el salto del ateísmo a la fe -y el primero de ellos san Agustín- estiman que la fe es razonable. Muy razonable. En lugar de ser una abdicación de la razón. su fe es fidelidad a la luz entrevista por la inteligencia. En otras palabras, si la razón rehusase la guía de Dios sería infiel a sí misma. La fe de los conversos es, por tanto, un acto explícito de la inteligencia. San Agustín formula esta idea de forma insuperable:
El mismo acto de fe no es otra cosa que el pensar con el asentimiento de la voluntad. Todo el que cree piensa: piensa creyendo y cree pensando. Porque la fe, si lo que se cree no se piensa es nula.

Dios bendice nuestros pasos y nuestras familias, que sea bendito siempre su nombre, que tengas un día especial.